Flagelado por un cruel destino miro al abismo de tu corazón y se sonroja un pasado presente. La ruta se bifurca, la sensación de la frivolidad acariciada por el espanto guiña un ojo y decido. Susurro un adiós y la orquesta de silbidos sonoriza el potrero nocturno, la soledad del camino me invita agitando su manito. El silencio de la incetidumbre y el corto y lento pisar, envuelve mis pensamientos en la pura nostalgia. Hundo mis manos en los bolsillos de mi campera. Miro de reojo hacia atrás con la esperanza de verte mirándome partir. La nada. Digo adiós una vez más; lloro y río, la locura cruza su brazo por mis hombros, soliloquio en la nada. Enderezo el cuello del abrigo a lo Humphrey Bogart y fumo, en una servilleta escribo el último parlamento de mi corazón. Ya no hay más nada y encuentro la última canción. Demasiado ha pasado y te dejo ser, sabiendo que jamás te olvidaré asusto a los fantasmas y cada imagen imborrable, se imprime en el secreto de los vientos. Al aire ladro mis gritos de agradecimiento y de dolor, de amor y de magias innombrables. Una vez más, pero agitado y de rodillas te agradezco, la ruta infinita, yo jamás. Se despluma un ave sin identidad, quizás pato, tal vez ganso... sí aprendió a volar y jamás aterrizó, solo supo detonar su sincera caída. Todo inmortalizado, hasta aquí se ha llegado. Hasta siempre extraña y hermosa princesa. Eternamente habrá un reino esperándote más allá de las montañas, más allá del sol y de la luna.
Las raíces cortan el asfalto el sentimiento de cuajo se mata cinismo esperanzado, vomita este día la huella perdida en esta ciudad maldita. Y las balas podrán atravesar mi alma y la muerte borrar una vida.
La crisis rebota en la psiquis se alimenta de moscas y desenmascara el origen divino, se encarcelaron millones de sueños en esta patria de traidores disfrazados de héroes que nunca en la memoria perecen.
Culpas ajenas, suertes austeras maldice al circo esta gran culebra, da miradas profundas a estos ojos desiertos contaminados de humo hechizando esta queja. Cayó la noche y entré a nuestro cielo, estrellas cubriendo de blanco la tierra culpando al pasado de mi irónica risa que no revela mis dudas de la vida y la muerte.
Un mismo pecado y los tiempos cambiados, por el paso cortante de esta ida profunda por continuados en sueño de verme indefenso ante tanto dolor y así saltar al abismo de tu corazón de una buena vez.
y por si algún día decides volver a un efímero reino, solo mira los números cincuentaicinco, noventaidos, veintiuno, veintiocho y ve a J.L. Suarez y Erasmo. La esquinancy del infinito.
El iris de tu ojo más magnífico retumba en mi cabeza hoy vacía; los pensamientos más sórdidos de mi ser se funden en recuerdos que hoy viven en un color rojo vivo. Siento el pesar de tus pisadas y siento el pesar de tus pensamientos. Siento que me recordás y tu recuerdo, las hojas danzan hoy al escalofriante ritmo de un viento que vaticina las nuevas tempestades, una lluvia casi llanto se revuelve dentro mío y me deja entrever la ruta hoy que se pierde en la lejanía del misterio. El horizonte, carente de cualquier destino, azaroso por donde se mire, solo deja traslucir los impulsos de la nueva era. Arde frente a mis ojos un cigarrillo en la esquina, se consume tranquilamente... se consume y no piensa. Desaparece consumido sin pensar y acto seguido se lanza al vacío rebotando tembloroso en el altar de los adoquines: el cordón. Cae siempre por un abismo y al llegar al fondo de la oscuridad elpisotón de un gigante termina el trabajo que ha empezado. Sus restos subyacen luego, en mil pedazos, en un incierto basural. Pienso, y aún así me consumo, no me oxido. Hasta la última chispa que me hace explotar, hasta el último aliento que me hace subir la colina, hasta la última montaña del águila sobrevolando continúo emanando deseos a través de mi piel; retengo a mi alma queriendo escapar de mi cuerpo que corre desesperada a buscarte, puedo sentir la noche deseosa de luna llena y algo que crece inexplicable e intangible que puede sentirte, verte cerca. El barro indeciso frustra las huellas de tus pasos y en el repetido asfalto se encuentran las nuevas marcas. Me abruman mis pies descalzos y tu corazón cotizado hoy. Jamás podré postularme como un mercader de este negocio de turbios pasados. El tamaño de mi esperanza no cabe, si quiera, en los más vastos océanos de este mundo, el universo inacabable moldea un perfecto envase infinito para este latido, crece invisible entre las estrellas, esquivando planetas, cometas... sin embargo se estrella en algún lugar y aún así vuelve a empezar. El deseo persiste. Tu imagen se forma con solo imaginarte, escucho tus latidos rozando mi oreja en la tierra, logro marcar la distancia y veo deslizarte por estas tontas calles grises subordinadas frente a miles de carnes muertas. Corazones envueltos en cuerpos frívolos que crecen por crecer, que se oxidan por oxidar, que mueren por morir. He de haber caminado preguntándome desiertos siguiendo la pista de alguna respuesta, como un niño jugando en esta jungla enorme embestí a una princesa perdida. Necesitaba ser encontrada. Se posó sobre mí para siempre, la seguridad y la certeza, de haber encontrado un reino hermoso y desconocido al fin. Esclavizado en ese reino para ser parte de él por siempre, saludé a mi sombra nocturna y reí jocosamente, sucumbí en modernos y fervientes vientos que soplan por estos lugares, sin más pensar me dije, que tomaría el tiempo necesario para enamorar a ese ser, si es necesario, toda una vida; utilicé ya toda la que tengo para encontrarla y utilizaré el doble si es necesario.
jueves, 19 de febrero de 2009
Como esas nubes que ahora ves, que van regando de vida los campos, así lloraba de vez en vez, la tristeza del desengaño.
Haberse visto en la soledad, esa que aman los sabios, hoy se ha nublado para llorar, todo el cielo que te he confiado.
Como un ciego... que apunta al ruido de mi cabeza, como todo, como siempre, como es sin ver...
Hacia el abismo de sed, que no calma el agua, ni las lágrimas, como todo, como siempre, como es sin ver.
Como esas nubes que ahora ves, que van regando de vida los campos, así lloraba de vez en vez, todo el cielo del desengaño
El cielo gris en toda su dimensión lloraba. En algún parpadear se entreabrían grietas y la copa de algún árbol detenía las doradas barras verticales de la madre estrella, en la sombra del ficus se perdía la vista en un manchón símil al lomo de un leopardo. Los huesos pesaban el doble y dentro de la caja móvil, se trasladaban las almas de un punto hacia otro. No percibía ningún semblante a mi alrededor, picaresca mi mueca llena de humedad. Las páginas de un pequeño libro se ondulaban y hervían antiguas manchas, victoriosas de haberse llevado una porción de bodegón solitario. El último asiento infernal sostenía mi corazón envuelto por un cuerpo delgado. Mi cara triangular alejaba la vista de las notas y percibía la familiaridad del lugar. Un niño a mi izquierda con una kipá, con pies cortitos que no tocaban el piso me miraba fijamente. No apartaba la vista del eje invisible que trazaba mi mirada en la página. Lo miré con hostilidad, se rascó las sienes y dirigió su mirada en dirección opuesta. El lugar ya me traía mezclados recuerdos. Traspiraba. El brazo derecho del niño se estiró incansablemente, la madre lo tironeaba para descender en la urbe indireccional. La cuadra que cruzaba ya era parte de mí, la construía mi memoria de antemano, de seguro todo duró un segundo, pero el tiempo aquí fue otro. Mi memoria "mostró la hilacha" y vió a la princesa moverse en línea recta por la horizontal de la cuadra. La caja ruidosa pareció detenerse, pero no, algo se suspendió y el tiempo se tornó al ritmo de su frescura en movimiento. Su aspecto era el mismo de siempre, solo mi corazón dibujaba otras rayas. El desierto gris se abrió arbitrariamente y la barra luminosa me indicó hacia donde seguía mi viaje en el bondi 106.
Princesa única, no sé donde encontrarte, no sé donde contarte. Princesa, de un todo mundo, quisiera escucharte, ver tu aventura y tu gracia. Las tintas mojadas formaron formitas de palabras para decirte lo que te extraño. Un hechizo inexplicable me envuelve en una primavera interminable. Quisiera encontrarte princesa, en un café en La Habana, en una plaza de París, en alguna callecita de Quito, en algún desierto sin fin. Ciertamente... solo encontrarte me basta. Llevarme a mi esencia esa parte que falta y el mate que se lava, suspirar la noche y tragarse el frío y el vaso que chorrea espuma de Fernet, y lo pienso bien, ni que París ni que Habana, ni que Quito, solo ahogar nuestros labios en el bar de Nancy. Sí, bajo la pobre luz de un triste farol de Mataderos, te tomaré de las manos y te miraré a los ojos, fijamente mis ojos sobre los tuyos te dirán que estoy pensando, unos cuantos segundos analizando tus delicados rasgos te asustarán, pero extrañamente descubrirás que estoy apreciando tu naturaleza. Ya incómoda me preguntarás si algo me pasa y te diré que no. No me creerás, tan maravillado quedaré al mirarte que mis ojos mostrarán un movimiento como si adentro llevara un circo en acción. Y una vez más, dejarás pasar un colectivo, te diré al oído lo loco que estoy, intentarás consolarme, aún sabiendo que soy feliz mirándote. Ambos mudos. Nos hallaremos solitarios, tu incomodidad desaparecerá y tu mirada se endurecerá como una roca, entenderás todo. Tus ojos se completarán con otro circo viajero: entonces ambas miradas soslayarán trapecios, elefantes, enanos, locos, payasos, malabaristas, aves y demasiados colores para la ocasión. Mi mirada hablará y la tuya responderá mientras un perdido o un borracho nos observará desde una esquina cercana. Las calles estarán a nuestro favor. Tus manos se tragarán a las mías tímidas y una mueca tirando a sonrisa será mi respuesta. Te sonrojarás y nuevamente pondrás el circo en acción, ambos reflejaremos montañas. Me dirás vos algo al oído y agacharé mi cabeza avergonzado e inocente. Nos acercaremos más para cuando el viento haga volar algunos desechos; un unicornio en una cornisa mirará enamorado por la situación. Este esperará un desenlace, nuestro tiempo se hará solo nuestro. El viento nos envolverá y ni el diablo podrá acercarse, para ese entonces ya habremos cenado bien y nuestras cadenas estarán por romperse; voy a querer acercarme y una barrera extraña hará que te alejes un cachito. Princesa, la luna crecerá y nos daremos cuenta, seguirán los susurros aduladores y balbucearemos los deseos reprimidos. Las tempestades cruzadas nos acercarán, y yo con una sonrisa responderé; ya sin más escapatoria, te rendirás ante la esquina expropiada y las almas que rezan por el descontento, se esfumarán deseando que lo inevitable se evite. Los circos comenzarán a desarmar sus carpas, cuando el último trapecista caiga, se explayará la verdad. Tendremos poco tiempo para seguir pensando, los remolinos amenazarán con sus silbidos. Yo despeinado, vos también. Acercaré mi rostro y en hielo te convertirás para no moverte, la primavera te hará agua la boca. Sabrás cual será la verdadera estación, vacilante finalmente, te hundirás en las alturas de un abismo ya tan pronunciado. La tormenta amenazará nuestra guerra de miradas y una primera gota mojará tu mechón dorado. En ese instante seré feliz al ver tu cara desconcertada, tu ácido humor estallará y por dentro reventaré de risas. Entraré en conciencia sabiendo que tu ternura despierta tu bravura. Te querré. Como nunca antes te querré. Lo sabrás. Tímidamente me deslizaré hacia tu figura y comprenderás la mirada, verás al trapecista caer a un placentero vacío y lo salvarás, para que cuando pase el susto, vuelva a caer. Y quizás nada de esto pase, o tal vez, el circo desplegará su artillería confusa y así sorprender al público son el final menos esperado. De seguro, varios colectivos, dejarás pasar.
La esencia del cazador se olfateaba a distancia. La carne que acariciaba mis huesos se ablandaba en la soledad de un bosque finito; frente a la montaña del hormigón los faroles conversaban sobre las tibias brisas de la noche y al dormir de día, el sol espejaba sus cristales. Lloraban los sabios al no comprender tal tamaña decadencia, la hipocrecía de los mediocres, en algarabías eternas, derrochaban risas indiscriminadas. Ahí nomás, me expulsaron del cielo, como chicharra de un ala volé y mi palma izquierda reiteró su beneplácita confesión: con el tiempo, frente a las caídas y recomposiciones del corazón, solo el manto de una princesa negada le dará sentido a un camino de adoquines rotos y corazones aplastados. Me negué y me negué. Pues no creía en princesas ni en cuentos de hadas, pero la oruga de cada historia vomita mariposas multicolor y gusano amigo, dejarás de arrastrarte para volar al fin. Y como todo vuelo, he de precipitarse hacia la madre tierra que lo ha visto nacer. Serás ciego, porque no verás con tus ojos, serás salvaje porque no usarás tu cerebro, y nunca olvides esto, aunque seguro lo harás, es que si ves el fuego hacia el calor no vueles, amalgamate con el viento y la distancia. Y cuando creas en cuento de hadas, olvidate de ellos, la magia jamás te dejará ir.
-¿Y usted me puede ayudar?-le pregunté. -Ayudar no es exactamente la palabra. -¿Y por qué yo querría escucharla? -Porque te sorprenderá lo acertado de mis mensajes.
Un eterno amanecer me encontró descansado, pero perdido. La ruta poco a poco se hacía un estilo de vida incierto. Como un fastasma en la niebla, aquella morocha de ojos verdes y pequitas se parapetó en un arbusto a embestirme. Miró mis ojos y boquiabierta vió algo que nunca supo explicarme. Ofreció su casa para hospedarme a cambio de conversar conmigo; desconfiado, pero más acobardado por la soledad del camino nocturno, decidí plantarme en su casita pintoresca. Tomó mis manos, leyó las líneas de la piel y marcó una luz entre los cayos. Tomó un rayo del cielo y tajeó mi palma, sangró la herida y sangraron mis ojos. Pude ver por una puerta de dimensiones infinitas. -Puedo verte-dijo-puedo sentirte-agregó. -Puedo dormirme-dije-estoy cansado-contesté. -No lo hagas- me suplicó-despierto es la única forma de soñar. -¿Y qué es lo otro?-Pregunté. -Imágenes sin fin por las que uno puede viajar. -Cuénteme más-insistí. -El sueño dormido es tan real como este momento y en algún punto no podrás saber cuando estás dormido y cuando no, y con el tiempo sabrás cómo controlarlo y cómo llevar a otras personas allí, a tu corazón. También te dejarás llevar a otros corazones, ese momento llegará. Ten paciencia.
Ese sería el principio de una gran predicción que convirtió mis dudas en sudor. Pronto sabría que la sangre sería el llanto de los cuerpos y que la vida sería el costo de vivir. Mis párpados eran de roca y quería realmente irme a ese mundo por un tiempo, la luz era gigante, enorme, mosntruosa. Era la luna llena del día veinte de algún mes, características que marcarían las curvas de esta ruta intravenosa para siempre.
Ella habló.
"Dormí, te hace falta, mañana vienen las explicaciones, mantenete fresco para la sorpresa".
El espejismo nublado de un paisaje frondoso culminaba en aquel lugar a donde llegaban mis ojos. Pocas horas habían pasado y tenía la extraña sensación de que todo seguía igual. El pasado mordía mi talón de aquiles, el fuego presionaba sobre mi sien, me hostigaba para quemar austeros recuerdos. Mi deseo, único, era continuar con el orden de las cosas. Cansado y casi de noche decidí frenar, pensar si este camino era el correcto. La palabra amor retumbaba en los huecos más hinóspitos de la inmadurez. Sentía la carcajada de una fiera salvaje, feliz de ser idiota y compadeciéndome al verme tan racional, leí su pensamiento. Su instinto suprimía su pena.
Y escribí.
"Recuerdote como si el hoy estuvieras a mi lado, aunque jamás lo estuviste recuerdote en noches, como el sol oculto del universo; recuerdote con recuerdos viejos, recuerdos de vos. Recuerdote sumbando a mi oído una hermosa canción y también veo hoy, el ayer de tus silencios. Recuerdote en tu desaparición y dibujando con mi dedo, tu cara tu sentimiento. Creerme que en realidad mi recuerdo te creará, existo por existir hasta que en el horizonte te figuro, me despojo de un reloj y mi miedo se va me conecta a vos tu esencia desparramada. Sigo viviendo hoy, aun ausente en este campo sos la flor, el cielo, el viento y el silencio, cada segundo es un dolor o un nacimiento y recuerdote como si vos me recordaras. Y pienso y quiero creer que de allá mirás en las direcciones todas, que en alguna copla del viento sientas mi recuerdo. Al fin y al cabo estar con vos o no estar con vos esa, es la medida de mi tiempo".
El frío sofocaba los mas vastos cielos ocultos detrás de los mares. Poco a poco, el frío del desengaño nos cubría, congelaba las puertas de los labios del alma. Lo amado, ya no se amaba, la nostalgia se apoderaba de una pierna y cojeando saboreaba la vida. Mi némesis me había tendido una trampa y se burlaba, esta vez, de mi camino reptilinio y deforme. Sufrí. Sufrí por no poder amar ese caminar, por encontrar el sendero embarrado, por destellar en las noches más inoportunas. Las luces de la ciudad se multiplicaban, mientras las burbujas del fondo de la copa, se elevaban para un anunciado suicidio. Lloré pensando. LLoré. Pensé. También sentí. El ardor de la pierna devastada tronó al unísono; el estado colérico de su desventaja desembocó en una risa eterna. Gratuitamente caminé cojeando y comencé a reir, el brivón de los veranos mordió el asfalto de la bronca, y tan terco, tan rengo, emprendí mi viaje. Defraudado por un falso amor, mutilado por esas cosas de la vida. La ruta me lo ha dicho... he de encargarme de aquellos caminantes errantes. ¿Amor? "Esas son cosas del pasado, cosas de la imaginación". No le creí desde el cartel que marcaba el kilómetro cero. Y por alguna razón que desconozco, di el primer paso, comment ce.
Toda ruta es un camino, una vía. Ella es alimentada por los pasos de quienes emprenden el viaje circular de un mundo sin fin. Pero cada viajero, como cada camino, necesita de una catarsis, necesita de sí mismo y recordarse, este caminante trashumante volverá atrás y les dirá como se llegó a esta grieta; quien no conoce de su historia está condenado a repetirla.
En el tabaco, en el café, en el vino, al borde de la noche se levantan como esas voces que a lo lejos cantan sin que se sepa qué, por el camino.
Livianamente hermanos del destino, dióscuros, sombras pálidas, me espantan las moscas de los hábitos, me aguantan que siga a flote entre tanto remolino.
Los muertos hablan más pero al oído, y los vivos son mano tibia y techo, suma de lo ganado y lo perdido.
Así un día en la barca de la sombra, de tanta ausencia abrigará mi pecho esta antigua ternura que los nombra.
Con qué tersa dulzura me levanta del lecho en que soñaba profundas plantaciones perfumadas, me pasea los dedos por la piel y me dibuja en le espacio, en vilo, hasta que el beso se posa curvo y recurrente para que a fuego lento empiece la danza cadenciosa de la hoguera tejiédose en ráfagas, en hélices, ir y venir de un huracán de humo- (¿Por qué, después, lo que queda de mí es sólo un anegarse entre las cenizas sin un adiós, sin nada más que el gesto de liberar las manos ?)