el lado activo del infinito

sábado, 9 de octubre de 2010

El sol no penetraba por las inmensas ventanas. Acaso habían cortinas o un enorme edificio enfrente que obturaba el ocaso.
Su mirada brotó igual.
Se asomaron dos pequeñas y finas ranuras. Eran traviesas y tímidas. Tal vez curiosas.
Giró una vez más por la angosta calle hacia un dónde extraño. Pero mi mirada no se atrevió a mirar. Y di la vuelta, y proseguí.
Las finas ranuras escarbaron la cuenta pendiente en mi cabeza; eran dos ojos, dos farolitos.
Desierto. Un inmenso mar de arenas tajaba el horizonte sinuoso que se deformaba en ese celeste que precedía al infinito. Una línea gris se perdía recta hacia allí; a la nada y el todo. Era la única huella capaz de guiarme.
Caminé.
Kilómetros y kilómetros; escorpiones, cactos y águilas. Nada más. Otra vez, las finas ranuras. Más entrecerrados no podrían estar los ojos. Y el paso lento y constante por el desierto lunar, rojizo. Ausente de valles.
Los ojos y las finas ranuras.
El cielo y el desierto lunar.
Rojo, celeste, naranja, amarillo.
Negro. Cayó la noche.

Di la vuelta y los pies se deslizaron por el cielo que ahora era tierra.
Miles de puntos brillantes en mis pies saludando a la ruta desde arriba.
Flexiones del universo creando infinitas curvas de onda expansiva que arremetían en respuesta de un viejo dios olvidado. Y sólo bastaba mirar hacia arriba para observar el descenso y el descanso del desierto lunar. Recordar allí una vez más, esos ojos ojos ocultos detrás de esas dos finas ranuras.

La historia parecía tener un comienzo.