el lado activo del infinito

martes, 19 de mayo de 2009

Sobre un manto de estrellas una historia te contaré VII

Nuevamente observó como el mundo se agigantaba y dejó a sus alas un paso atrás en su espalda. El viento, en un fuerte golpe ascendente, no dejaba explayar toda la velocidad de sus deseos; sin más que soltarse bordeando el muro, entrecerró sus ojos al desvelo del amanecer. Una lágrima palpó sus sinuosas pestañas y al contrario de ella, la gota se elevó, quedando en el camino, como una huella líquida que se pierde en la imprevisible brújula del viento, como un pequeño punto brilloso que no merecía nada más que el desconsuelo. Se dejó llevar por la ruta de la caída. Un círculo furioso de fuego interno ardía en su pecho, los abrazos de la melancolía no le permitían enfocarse en su destino. Pude ver una minúscula silueta que se traslucía delante del sol y juré haberla visto, aún sin poder precisar si verdaderamente se trataba de ella, pude ver que su viaje se estrelló con una masa volátil de tierra oscura.

Su grito se posó en el cielo y la respuesta gris no tardó en llover. Las cadenas invisibles hacían visibles los miedos por la libertad. Su lágrima olvidada cayó junto a todas las demás gotas efímeras. Se sumergió en una cabaña de arrayanes y muy frágil se protegió de la lluvia; un conejo con un monóculo intentaba divisarla, y aunque hiciera foco en ella, poca importancia le daría a su belleza. Al conejo no le importaba si alguien era lindo o feo, alto o bajo, príncipe o vasallo. En su mundo ecléctico el que es conejo es rey. La princesa sintió gran curiosidad por este animalito tan tierno y singular:

-Disculpe señor conejo- dijo tímidamente.

-Nada de disculpas-interrumpió el conejo del monóculo.

-Quiero que sepa que estoy en su cabaña-dijo ella.- porque debo refugiarme de las lluvias y de los fríos hostiles que azotan a mis alas.

En silencio se acurrucaron al lado de una chimenea calórica. Soliloquió la princesa una antigua canción que tarareaba su hermana menor. Sus tonadas dulces embellecieron los ojos del conejo, que no hacía más que seguir sus melodías con un firme movimiento de sus orejas.

-¡Qué lindo cantas princesa!

-Gracias- respondió brillosa y sonrió.

-¿Qué es lo que te llama a cantar?

-Tal vez el canto me transporta.

-¿A dónde?

-Al corazón de mi corazón.

-No comprendo… ¿tu corazón tiene corazón?

-¡Claro!-sentenció la princesa firmemente- si yo tengo corazón, si vos tenés corazón, si esa lluvia tiene corazón, si cada movimiento eterno se mueve por una armonía absoluta ¿por qué mi corazón no buscaría esa armonía, por qué no puede tener un corazón?

-¿Y dónde está el corazón de tu corazón?

-El corazón de mi corazón está en el cuerpecito de mi hermana menor, ese corazón que late para tararear canciones que luego harán latir a mi corazón en la lejanía, en la soledad, y así encontrar mi armonía para convertirme en el corazón de otro corazón.

El conejo no tuvo más opción que meditar en el basural de su inconciencia. Contempló la nada y extrajo de un cofre, un viejo alambique que concentraba una locura risueña. Embriagaron sus almas y colorearon cuentos y leyendas hasta que finalizaron las insaciables cascadas de las alturas.

La doncella, nostálgica y chistosa, no reparó en su cansancio y sin quererlo, sin pensarlo, fue abatida por los brazos de Morfeo. El conejo, impartiendo un rayo en su mirada, relajó su visión sobre ella que placidamente cambiaba de mundo. Descubrió sin quererlo, que al día siguiente, en su solitaria rutina, su sentido infinito persistiría, pues la tangente que lo atravesaba el lluvioso día, lo intimidó a partir, a aventurarse. El conejo excavó su hoyo dispuesto a surcar el universo, él ya sabía que fuera a donde fuera su corazón ya tenía un corazón.

jueves, 14 de mayo de 2009

sábado, 2 de mayo de 2009

Sobre un manto de estrellas una historia te contaré VI


Prosiguió su búsqueda en los principios de la visión, y experimentó en sí misma el efecto de una mirada prolongada a la luz más poderosa en que pudo pensar: el sol. Quedó ciega y en el infinito negro un escalofrío le susurró un secreto, que el mundo a su alrededor se expandía. Jamás sintió elevarse, pero el aroma del espacio confirmaba la llegada a una cima con tanto vacío a su alrededor, que pensó por un momento que no había suelo que la sostuviera. Parecía haber recuperado la vista, sin embargo, cada vez que cerraba los ojos durante algunos segundos regresaba la sensación de la expansión de las cosas. La princesa, sonrojada por la increíble suerte y el desbordado privilegio, acarició esa esfera de color tan vivo y tan cálido. Deslizó su mano por el encrespado cristal caliente de un fuego inofensivo y se sintió en la gloria. Sus lágrimas se desmoronaron de su joven rostro y su frágil mano, enternecía el cuerpo vidrioso de la madre reina que daba vida en tanta oscuridad. Frente al gesto sincero de este ser volador y hermoso, la esfera agudizó su brillo. El mundo y la inmensidad enardecieron como nunca jamás, y descubrió esta hermosa princesa que ese era un gesto de agradecimiento absoluto. Las rutas, las ciudades, los mares, las montañas, las bicéfalas águilas, las huellas, el lodo, las flores, las tortugas de mar recién nacidas… todas las criaturas se vieron rebotadas por un mar de fuego fugaz. Nunca nadie se había atrevido a acariciar al sol. Y esta estrella, sorprendida por una minúscula princesa dejó verse y por primera vez luego de muchas eternidades, habló. La joven alada nunca supo ese secreto hasta que oyó los pensamientos del fuego. “A mi me dicen que soy un sol, pero yo no soy un sol”. La princesa oía una voz que no entraba por sus oídos, la entendía, pero, de dónde provenía, no se sabe, No era un idioma ni un dialecto, ni un gesto. Eran latidos. “Mi verdadero nombre es Cristal ardiente , pero me podés decir Cristal”.
-Usted es muy hermosa Cristal.
“Y vos también sos muy hermosa, de hecho, sos el ser más hermoso que he conocido”. La princesa se sentó en el borde de la muralla y dejó colgar sus piernas, la estrella madre a su lado flotaba en los cielos y resplandecía de naranjas y amarillos el rostro pálido de la princesa. Atrás de ellas un cielo celeste coloreaba el infinito. “Todos me temen porque todos piensan que quemo las pieles, ¿por qué vos no me temiste?”.
-Porque vos no me temiste a mi.
El cristal ardiente dio dos centelleos y variaron las tensiones de todos los mundos. “Sos muy hermosa hasta cuando hablás”.
-Para mi que vos hables, me llena de una profunda alegría; nosotros los humanos le tememos a todo aquello que brilla. Preferimos quedarnos con lo seguro aunque sea gris, de modo que siempre sabemos que ahí, detrás de lo invisible, siempre se esconde un brillo. Y es por eso que nos levantamos cada mañana detrás de vos.
"¡Que seres extraños! aunque vos, en realidad, no parecés humano".
-Pero lo soy, y no sabés cuánto.
La estrella quedó un largo rato sin emitir ideas. Se sumió en una especie de siesta estratoférica. La princesa se incomodó y arqueó su espalda, estirándose hacia atrás, divisó las profundidades que la esperaban del otro lado de la muralla. El vértigo la sacudió. "Ya sé, ya sé"
-¿Qué sabes vidriosa madre?
"Sé cómo devolverte el cariño que me has hecho"
-¿Cómo?
"A estas alturas puedo ver lo que nadie puede, lo que incluso a esta altura vos no podés. Es por eso que si querés saber algo me lo preguntes ya. Sobre alguien, sobre todo; te lo ofrezco porque dudo que en esta cima tengas comunicación".
-Bueno, entonces... quiero saber qué es de la vida del halcón.
La inmensidad se apagó tres veces y todos dejamos de existir por pocos segundos. El cristal ardiente ya tenía su respuesta. "El halcón siente grandes pesares y lo sosiega un terrible rencor, mas su revancha es el horizonte, y ya su muerte no es una sabia decisión. Ha entregado su alma a las podridas raíces y jamás será de fiar, ni sus turbios consejos ni su pecado al caminar". La princesa fué abatida por un frío desánimo que la dejó sin aliento. Se descorazonó su rabia y al fin brotó su llanto, brillaron sus ojos. Y era impensado que ese ser se traicionara. "Estas cosas suceden. Son como los libros de algunos escritores que hacen maravillas con sus leyendas y sus notas, que escriben los pensamientos más hermosos. Esos libros que llevan tanto tiempo y perseverancia hasta que llegan a tus ojos. Su autor puede quemarlos en segundos nada más". La princesa escondió su cabeza entre sus alas y lloró tronando durante horas. Dejó de llorar y levantó su vista, el sol era invisible, pues la luna ya estaba ahí. De un grito saludó al sol, el eco de su dulce voz vibró por todo el infinito. Caminó algunos pasos hasta el otro lado de la cima y ahora estaba más cerca de la luna. Aspiró. Suspiró. El precipicio bajo sus pies la miraba imponente, ella sabía que allí se oxidaba su destino. Relajó sus músculos, acomodó su cabello, miró temerosa y extendió sus alas. Cerró los ojos y el mundo se expandió. Sonrió y se dejó caer.