el lado activo del infinito

lunes, 16 de febrero de 2009

Yarmulke

El cielo gris en toda su dimensión lloraba. En algún parpadear se entreabrían grietas y la copa de algún árbol detenía las doradas barras verticales de la madre estrella, en la sombra del ficus se perdía la vista en un manchón símil al lomo de un leopardo. Los huesos pesaban el doble y dentro de la caja móvil, se trasladaban las almas de un punto hacia otro. No percibía ningún semblante a mi alrededor, picaresca mi mueca llena de humedad. Las páginas de un pequeño libro se ondulaban y hervían antiguas manchas, victoriosas de haberse llevado una porción de bodegón solitario. El último asiento infernal sostenía mi corazón envuelto por un cuerpo delgado. Mi cara triangular alejaba la vista de las notas y percibía la familiaridad del lugar. Un niño a mi izquierda con una kipá, con pies cortitos que no tocaban el piso me miraba fijamente. No apartaba la vista del eje invisible que trazaba mi mirada en la página. Lo miré con hostilidad, se rascó las sienes y dirigió su mirada en dirección opuesta. El lugar ya me traía mezclados recuerdos. Traspiraba. El brazo derecho del niño se estiró incansablemente, la madre lo tironeaba para descender en la urbe indireccional. La cuadra que cruzaba ya era parte de mí, la construía mi memoria de antemano, de seguro todo duró un segundo, pero el tiempo aquí fue otro. Mi memoria "mostró la hilacha" y vió a la princesa moverse en línea recta por la horizontal de la cuadra. La caja ruidosa pareció detenerse, pero no, algo se suspendió y el tiempo se tornó al ritmo de su frescura en movimiento. Su aspecto era el mismo de siempre, solo mi corazón dibujaba otras rayas. El desierto gris se abrió arbitrariamente y la barra luminosa me indicó hacia donde seguía mi viaje en el bondi 106.

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