el lado activo del infinito

sábado, 18 de abril de 2009

Sobre un manto de estrellas una historia te contaré IV

Altivo kilómetro 1.154. Sus alas se desvanecían en una niebla color café. El halcón le había propiciado hermosas músicas en sus oídos al amanecer, aún sentía el tarareo cautivo del silbido errante: un ave que se olvidó de volar. Por alguna razón ajena, por un azar que nunca supo comprender, subiendo y subiendo, acrecentando el abismo a sus pies, tropezó con una isla flotante. Pequeña y desierta, tal como era ella. Asumida en la soledad de un cielo eterno. La cima se veía lejana e imposible, se veía real, con vida. Dio los últimos aleteos acongojando aire entre sus plumas, el aterrizaje fue exitoso, y al tiempo que examinaba el paisaje mordía sus finos labios. Sedienta. Para ese entonces brillaba como el oro al reflejo del sol, alguien la veía caminar, la notaba suave y un tanto inocente; la princesa mojó sutilmente sus labios y bebió de una fuente de mármol el agua más transparente que jamás haya probado. Se llenó de vida. Aspiraba el aroma frutal de un frondoso e inacabable bosque de ensueños, relajó sus alas, arrancó una rosa de la tierra y la incrustó en su cabello, los pétalos acariciaban la sien izquierda. Una tímida risa le llamó la atención, se acercó en suspenso hacia unos arbustos y detrás de ellos, la soprendió un hombre. De barba blanca, joven, con una constante mirada perdida, vestido con prendas de algodón.
-Casi me muero del susto-dijo la princesa agitada.
-Disculpa- pidió él y le sonrió-no acostumbro a las visitas.
-Te entiendo, yo no acostumbro visitar-se produjo un silencio-¿Tenés nombre?
-Anaximandro-replicó.
Pasaron horas hasta que sus corazones se fundieron en un solo acto de confianza. Por fin la princesa logró cantarle, aguda voz del más allá, su travesía guerrera surcando los aires, desafiando al destino, llorando y riendo, al acecho de un sueño. Anaximandro, único monarca de esta porción de tierra voladora, escribía habilmente en un pequeño anotador todo lo que la princesa enunciaba: cada palabra, cada gesto, cada mirada, la cantidad de gotas que traspiraba por segundo, cada movimiento con las manos, la postura tomada, la dirección del viento. Y él nada se perdía y nunca el cuaderno miraba, más aún, jamás se equivocaba. Se interesó mucho por este pedacito de mundo alado y se apartó de ellas unos minutos sin decir una palabra. Analizó el mapa de emociones, repletos de rutas y de flechas, de descripciones y de notas musicales. Volvió hacia ella y se pulió el mentón con los dedos pulgar y medio de la mano derecha.
-¿Qué sucede Anaximandro? Cuando los sabios dudan me abraza un dolor inexplicable.
-Para ti, lo que no sucede puede ser lo que sucede o viceversa. Tu camino es un misterio y solo te guía la estrella que nunca dejará de brillar, incluso cuando abandones a la sombra en este mundo, seguirá brillando.
-¿Qué quiere decir?
-El principio de todas las cosas existentes es lo ápeiron, que es lo indefinido o lo infinito. Esto no es agua ni ningún elemento que conozcamos, esto es simplemente alguna otra naturaleza ápeiron. Y a patir de ella se generaron todos los cielos y los mundos que hoy ves. Y desde donde las cosas se generan, hacia allí también se dirige la destrucción. Es por eso, frágil princesa, que existe una culpa y una retribución de justicia en él.-Anaximandro la envolvía con su mirada- de modo que donde arrasa un invierno, luego arrasa un verano; donde arrasa el fuego, luego arrasa el agua; donde arrasa la oscuridad, luego arrasa la luz; donde arrasa el hombre, luego arrasa la muerte. Entonces... cuando usted termine su vuelo, princesa mía, ¿qué arrasará después?
La princesa era lentamente deborada por un fuego interior, una llamarada situada en su punto más sombrío. Dijo algunas palabras:
-¿A qué altura estamos?
-Alto-respondió Anaximandro-ya estamos demasiado arriba.

1 comentario:

TRIANGULO DORADO ▲ dijo...

Gracias por tus palabras Mariano!

Un abrazo grande, que andes muy bien!