el lado activo del infinito

miércoles, 22 de abril de 2009

Sobre un manto de estrellas una historia te contaré V

En este punto, mucho más cercano al sol o la luna, decidió plasmar otra huella descalza. Llovía, se derrumbaban los cielos. Necesitaba un refugio porque su vuelo mojado la fatigaba y la incomodidad de volar, pesada como una plomada, le desprendía plumas que jamás volverían a crecer. Seriecita con su boquita puchereando, haciendo de sus labios un balcón. Tiritaba del frío. Su encanto amedrentó de fuego una llamarada que se serviría como una fogata. Se iluminaban sus cachetes redondeados y sus rosados pómulos apenas traspiraban. Observaba la danza del fuego y a la vez su iris se perdía en un infinito profundo. La cueva sudaba humedad y las estalactitas indiferentes, poco tenían de compasión para la princesa. A lo lejos, pequeñas siluetas comenzaban a formarse y el fuego de poco ayudaba para aclarar la situación; todo se hacía más cerca y más grande, la pequeña belleza cambiaba de colores atravesando toda su gama en un arcoíris nocturno. El miedo vibraba en sus pestañas. Ciento treinta y cuatro niños se acercaron curiosos y chillones, la princesa se perdía en la confusión. Eran gritos, sonrisas, bromitas y saltitos de felicidad. No volaba la hostilidad ni el desprecio, era una cueva de niños hijos del eterno amanecer. Un señor de pelo negro y anteojos gruesos trotaba desesperado detrás de ellos, los iba siguiendo y les gritaba: "¡Niños niños, todos, los doscientos treinta y cuatro, ya se van a la cama". Soliloquio sagrado que los niños silenciados caminaran taciturnos hacia la oscuridad de la cueva. Y las espóradicas gotas que rebotaban contra los charcos, volvieron a tomar el protagonismo sobre los ecos rocosos de la roble muralla.
-Disculpemé señorita, los niños están de excursión-dijo el hombre- mañana se van, no entienden mucho aún.
-No hay problema-contestó la princesa desconcertada.
-Mi nombre es Jean-Pierre.
-¡Ah!
-Sigame-robó un silencio- si no me quiere decir su nombre, la comprendo.
El señor encendió una bengala y juntos caminaron diez metros hacia dentro de la cueva. Mientras caminaban la princesa tapaba su cuerpo mojado con las alas, el otro hablaba:
-Creo que no me sorprende su visita, veo demasiadas figuras aladas por estas alturas, todas buscan algo. Pero ninguna sabe qué. ¿Usted lo sabe?
-Al despegar señor, le soy sincera, estaba segura de que sí. Ahora realmente no lo sé.
-Bueno, si vuela surcando la muralla, es evidente que quiere cruzarla. Nadie se acerca tanto a otra cosa a menos que lo quiera, ya sea como aliado o como enemigo.
-En eso tiene razón Jean-Pierre.
-¿Usted es una reina?
-Una princesa.
-Y digame ¿cómo consiguió esas alas?
-No lo sé, un día desperté y estaban.
Se toparon con una puerta de madera que lucía antigua, rústica. Entraron y Jean-Pierre apagó la vengala, acto seguido dio luz y vida a una vela blanca. La princesa se sentó en un sillón magenta y Jean-Pierre se sentó en un escritorio donde yacía una máquina de escribir con un rollo de hoja tipeada de trescientos metros desparramada por toda la pequeña habitación. Estaba toda tipeada. La doncella alcanzó a leer un fragmento en el metro cien: "(...) y aquí me encuentro, solitario, buscando sentido a estas alturas, determinando los ojos de este precipicio que se ha quedado al fin con mi aliento (...)"
-Jean-Pierre-dijo la princesa- ¿usted es escritor?
-Al principio creía eso, pero ahora realmente no lo sé.
-¿Y por qué escribe?
-Porque soy escritor.
-Pero nadie lo lee aquí-advirtió ella.
-Porque el "yo para mí" es escritor, pero el "yo para otros no".
-Figúrese que no lo entiendo señor.
-Yo siempre quise ser escritor, o sea, el "yo para mi". A mi siempre me inspiraron los lugares lejanos y oscuros para escribir, cuando me enteré de esta cueva en este muro, a fuerza de pulmón escalé clavando al roble y hasta aquí llegué. Cuando acabé mi novela y regresé todo el mundo me esperaba; se percibía algarabía y ansioso quería yo que todos disfrutaran de mi primera novela. Y me di cuenta que el "yo de los otros" no era el de escritor, los otros, aquellos y cada uno me amaban por ser uno de los mejores escaladores del universo. Los diarios titulaban mi hazaña de los kilómetros verticales que aventuré, del sobreviviente de la travesía. Un héroe. Sin embargo nadie se molestaba siquiera de poner un ojo en al menos una línea. Y ahí comprendí todo, en esos "yo" que varían y que vuelan, puedo nacer y morir en cualquier momento de la forma en que otro quiera.
-Eso es horrible Jean-Pierre.
-Para nada princesa. Me di cuenta que en definitiva decía lo mismo. Todo ese contenido que tenía la novela, todas las emociones, la dicha y la desdicha, estaban resumidas en mi escalada hacia la cueva, a veces el fin no es el llegar.
-¿Y por qué sigue escribiendo?
-Porque necesito escalar.
-Me pregunto si estas alas serán mías.
-Seguro que lo son, pero las has conseguido porque para el "yo de los otros" eran necesarias. Porque a dónde vayas, eso que te espera, sabe que tu "yo para mí" lo abrazará al completar su destino y no habrá un "yo para mí", sino un "nosotros para nosotros".

No hay comentarios: