el lado activo del infinito

miércoles, 10 de diciembre de 2008

En las nueve

En las nueve se había detenido un reloj olvidado. Quizás eran los nueve intentos para convencerla de que algo magnífico, algo más allá de la razón, me dejaban ver lo inexplicable; pero pese a mis modestos esfuerzos, ahora las estaciones del autobús solitarias en transitadas y alocadas noches, esperan ansiosas los despojos de los misterios que ambos descubrían en las oscuras noches de postergados y vanidosos días. Yo en un extremo y ella en el otro. Las veredas inmaculadas unían algún trazo recto en el pensamiento cotidiano de querer olvidar una historia tan nuestra, mi nariz se mojaba con espuma de cerveza, yacía sentado en el mismo bar, en la misma silla, mirando al norte. Desde mis entrañas deseaba relatar hechos de otros tiempos, pero su presencia infinita enroscaba mi lengua al borde de un abismo en donde la única salvación para no caer, era nombrarla. ¡Pero cuanta ironía en ese reloj detenido! Ese deseo que proviene de la génesis, de querer detener el tiempo, de que nadie se mueva, de que nadie se entere de que soy capaz de recorrer eternos mundos en tu búsqueda. Pero ahí estaba, quieto, abrumado por la tormentosa idea de la lejanía; un chillido descomunal pronunciaba misteriosamente la ruptura de un concentrado status quo entre filosofías que iban y venían. Me encontró en la cueva, me sorprendió una vez más, saltó un invaluable muro. Su voz y su llanto, como un buen puchero de desconciertos, envenenaban mi corazón de un mismo remordimiento por no estar a la hora detenida, por no haber comprendido la ironía y por querer olvidarme de ese mundo tan nuestro. Y tan cercano todo se volvió. Pude dibujar en el aire, con las sales de la vida, tu mirada, tus finos labios, tu ceño y el cuenco hundido de tus ojos. Y sabía muy bien que el tiempo con ese reloj volvería a rolar, pero a excepción de todos los tuyos, este marcaría otro tiempo, marcaría un tiempo tan nuestro como el de la historia que lo configura.

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