La vida del árbol se ocultaba bajo la tierra. Se preguntó una cigarra dónde duermen nuestras sombras por la noche; la escuché y ya no pude seguir durmiendo. Aún bajaba por mi piel, el fiel reflejo de una caída voraz. Resplandecía ella pese a las estrellas, hasta que su brillo, por fin, menguó en una cálida noche de muchas ramas y poco cielo.
Seguí sus huellas tibias,
pero entre el barroso dolor
del miedo más profundo,
se perdió o la perdí.
Giré cientos de esquinas
con la esperanza de encontrarla.
El mundo indiferente
ni una pista me lanzaba
y las paradas mudas
disfrutaban de mi desconcierto.
Mi barrio me vio volver
con la cabeza gacha, los hombros
encogidos.
Aun así salgo buscarla,
a romper las paredes
de este inútil laberinto.
Avivé el fuego sobre las ramas secas y aún así nada ocurría, sucedía cada tanto el susurro aterrador de un viento vacío de mensajes, brotaba cada una hora, el estruendoso chirrido de un motor sin cuerpo, esperando tener a dónde ir. Latía en las venas que recorrían mi sienes, latentes desesperanzas de un mundo derrumbado por el desconsuelo, palabras que viajaban por el infinito, letras y letras conjugadas con el simple afán de destruír los sueños que tan frágiles se sostienen en las miradas más profundas.
A veces me siento desdichado
esperando no sé qué,
por qué por qué,
pero es tan lindo encontrarte...
quizás
sea una verdadera locura
Sobre nuestros techos penosos descansan las certezas de un mundo más justo. Muchas veces duermen allí esperando que las tomemos, he aquí, intentando no morir de soledad, no morir verde, no morir; o sí, pero sumarme serenamente al estrecho quebrado del firmamento, un lugar más allá del infinito.
La princesa ya debería estar llegando.
el lado activo del infinito
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