Nuevamente observó como el mundo se agigantaba y dejó a sus alas un paso atrás en su espalda. El viento, en un fuerte golpe ascendente, no dejaba explayar toda la velocidad de sus deseos; sin más que soltarse bordeando el muro, entrecerró sus ojos al desvelo del amanecer. Una lágrima palpó sus sinuosas pestañas y al contrario de ella, la gota se elevó, quedando en el camino, como una huella líquida que se pierde en la imprevisible brújula del viento, como un pequeño punto brilloso que no merecía nada más que el desconsuelo. Se dejó llevar por la ruta de la caída. Un círculo furioso de fuego interno ardía en su pecho, los abrazos de la melancolía no le permitían enfocarse en su destino. Pude ver una minúscula silueta que se traslucía delante del sol y juré haberla visto, aún sin poder precisar si verdaderamente se trataba de ella, pude ver que su viaje se estrelló con una masa volátil de tierra oscura.
Su grito se posó en el cielo y la respuesta gris no tardó en llover. Las cadenas invisibles hacían visibles los miedos por la libertad. Su lágrima olvidada cayó junto a todas las demás gotas efímeras. Se sumergió en una cabaña de arrayanes y muy frágil se protegió de la lluvia; un conejo con un monóculo intentaba divisarla, y aunque hiciera foco en ella, poca importancia le daría a su belleza. Al conejo no le importaba si alguien era lindo o feo, alto o bajo, príncipe o vasallo. En su mundo ecléctico el que es conejo es rey. La princesa sintió gran curiosidad por este animalito tan tierno y singular:
-Disculpe señor conejo- dijo tímidamente.
-Nada de disculpas-interrumpió el conejo del monóculo.
-Quiero que sepa que estoy en su cabaña-dijo ella.- porque debo refugiarme de las lluvias y de los fríos hostiles que azotan a mis alas.
En silencio se acurrucaron al lado de una chimenea calórica. Soliloquió la princesa una antigua canción que tarareaba su hermana menor. Sus tonadas dulces embellecieron los ojos del conejo, que no hacía más que seguir sus melodías con un firme movimiento de sus orejas.
-¡Qué lindo cantas princesa!
-Gracias- respondió brillosa y sonrió.
-¿Qué es lo que te llama a cantar?
-Tal vez el canto me transporta.
-¿A dónde?
-Al corazón de mi corazón.
-No comprendo… ¿tu corazón tiene corazón?
-¡Claro!-sentenció la princesa firmemente- si yo tengo corazón, si vos tenés corazón, si esa lluvia tiene corazón, si cada movimiento eterno se mueve por una armonía absoluta ¿por qué mi corazón no buscaría esa armonía, por qué no puede tener un corazón?
-¿Y dónde está el corazón de tu corazón?
-El corazón de mi corazón está en el cuerpecito de mi hermana menor, ese corazón que late para tararear canciones que luego harán latir a mi corazón en la lejanía, en la soledad, y así encontrar mi armonía para convertirme en el corazón de otro corazón.
El conejo no tuvo más opción que meditar en el basural de su inconciencia. Contempló la nada y extrajo de un cofre, un viejo alambique que concentraba una locura risueña. Embriagaron sus almas y colorearon cuentos y leyendas hasta que finalizaron las insaciables cascadas de las alturas.
La doncella, nostálgica y chistosa, no reparó en su cansancio y sin quererlo, sin pensarlo, fue abatida por los brazos de Morfeo. El conejo, impartiendo un rayo en su mirada, relajó su visión sobre ella que placidamente cambiaba de mundo. Descubrió sin quererlo, que al día siguiente, en su solitaria rutina, su sentido infinito persistiría, pues la tangente que lo atravesaba el lluvioso día, lo intimidó a partir, a aventurarse. El conejo excavó su hoyo dispuesto a surcar el universo, él ya sabía que fuera a donde fuera su corazón ya tenía un corazón.