el lado activo del infinito

jueves, 10 de enero de 2008

La ruta maldita y los primeros pasos.

La fuente esencial del incesante respiro se basaba en mi ambición de horizonte. El vasto sonido de las fríbolas montañas de mi alrededor desesperanzaban el mundo todo. Sólo la música de los cielos podía brindarme un espectáculo tan lindo en los primeros pasos de la ruta maldita. El fuego azul que descendía del espacio, rozaba en un invisible temblor, sellando para el deleite de la periferia apocalíptica de la urbe, un aviso inminente de la caída de los nuevos cielos. Nadie preguntaba por mi desesperación, como tampoco por mi cara de terror; sentía, como un niño, renacer de las entrañas de adoquín un intento de huella errante luego de verla a ella tan fantasma, pegada a una de mis cuatro sombras. Las palomas ya ocultas, los lobos ya compañeros, los gatos escondidos entre la maleza. Nadie quería enterarse del esplendor natura del nuevo y sofocante espectáculo. Nadie sentía la necesidad de enfrentarse a Dios de una manera tan frontal; seguí, con miedo, aún cuando me probaban, teniendo la única certeza, el único objetivo: llegar si o si, cueste lo que cueste, al horizonte, al único lugar donde sé que nunca llegaré.

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