Tras unas cuantas cuadras un dolor que no dolía me hizo doler. Se agudizaba en algún lugar de mi ser que no puedo describir. Y mi cuerpo no era más que lo que transportaba una pena.
- No podés ser tan tremendista - dijo mi amigo tomando un trago de cerveza.
Y tenía razón.
"¿Cómo puede ponerte mal algo tan hermoso?"
- Es que me duele una muela - dije.
Entonces mi amigo me recomendó que vaya al dentista. Claro, pues no creyó ni medio de lo que le dije.
Luego, mi amigo, sin que yo dijera nada tomó la palabra y en sus ojos, un centelleo brillante y travieso me dejó asustado. Me explicó que esos rayos que atravesaron mi cabeza no eran en realidad del sol, puesto que en la ciudad esos rayos jamás atraviesan las paredes y por ende, nunca llegan a uno. Solté una risita nerviosa, pero él se lo tomó mal. Le di una palmada en la espalda de manera suave y dije:
- Vamos amigo, no te pongas mal.
- ¿Dije algo que no te haya gustado?
Agregué que no podía tomar en serio sus palabras. Entonces se levantó y enojado me dijo que yo nada sabía sobre los ocasos. Luego, sin decir más, dio media vuelta y se esfumó entre la oscuridad. Ya era de noche.
Otra vez un insoportable dolor misterioso se apoderó de mi ser. Fue tan grande que mis ojos comenzaron nuevamente a ver ese ocaso rojo, ese "momento del sol americano". ¡Pero era de noche! Intenté gritar, pero no pude. Quise alzar mi cuerpo pero me vi inmóvil; para ese momento mi susto se hizo monumental.
Me hallaba absorto y sin posibilidad de nada, de ningún movimiento ni modificación de mis acciones. De hecho, no tenía acciones, me había convertido como en una especie de humo, estaba yo acaso, transformado en millones de partículas que se expandían por el aire y podía ser cada una de ellas. La sensación fue de absoluto placer, creí que estaba experimentando amor absoluto. Todo en tanto a mi alrededor era palpable, como si tuviera en mi poder infinitas manos sensibles con las cuales tantear el universo.
Pasado un pequeño lapso de tiempo advertí que flotaba sobre el terreno y vi a mi amigo caminar solo. Me dio la sensación de que estaba llorando. Y lloré yo también, inmediatamente pensé que era producto de mi respuesta hacia su teoría de los ocasos y los dolores del alma. Bajé a tierra, pero no podía controlarme, entonces tomé una cierta forma.
Yo estaba sólido, inamovible, fuerte. Sentía en mis entrañas un sinfin de movimientos y crujidos que no me dejaban en paz. Me sentía como un gigante y el roce de otros similares a mí. Quise moverme pero me vi amarrado al piso, era como parte de la tierra y en ella, sentía otro sin fin de cosquilleos sumamente agradables. No tenía ojos ni veía como convencionalmente suelo mirar, sino que podía percibir como una sensación sonora y móvil todo en cuanto a mi alrededor. Mi vista tenía algo de sensorial, sino todo. Era consciente que a mi alrededor había un bosque lleno de pequeños animales e insectos y partículas. Vi entonces pasar a mi amigo por al lado mío, intenté hablarle pero no podía emitir sonidos y me desesperé. Mi amigo continuó con su apaciguado camino e hice lo posible por alcanzarlo. Crují sobremanera y los animalitos a mi alrededor corrieron como asustados.
Otra vez pude hacerme humo y elevarme. Vi que mi amigo caminó a paso lento por unas cabañas muy bonitas, fumaba un cigarrillo. La sensación de placer se apoderó de mí nuevamente y creí estar sonriendo a pesar de saber sobre mi condición incorpórea.
Traté de ordenar mis pensamientos y mis ideas, traté de enfocar mis verdaderas intenciones, ya no tanto racionalmente, sino tratando de imaginar "ser algo", otra cosa. Tras unos segundos comencé a experimentar otra transformación y mi vista cambió notablemente, aunque seguía en el aire. Entonces me vi esforzado a no descender estrepitosamente y aleteé. Advertí un gran esfuerzo por mantenerme en el aire y eso pareció llamar la atención de mi amigo, pues no sacaba la vista de mis movimientos. Y yo, alegre y con equilibrio quise soltar un grito a modo de saludo, pero en vez de eso, largué un chillido impresionante que retumbó por todo el bosque, tal fue el grito que varias pequeñas aves salieron de sus nidos a perseguirme. Y asustado me alejé.
Tan rápido como pude me posé en el borde del pórtico de una casita antigua. Mi peso aflojó los tirantes de madera y el dueño de la casa salió. Lo miré fijamente, pero para ello, debía girar mi rostro y enfocar con un solo ojo de manera lateral. Así casi pude verle perfectamente poro por poro de su cara. Me arrojó una piedra y con un movimiento pesado huí hacia donde supuse que estaría mi amigo, en la cabaña de su novia.
- ¿Dónde te habías metido? - me dijo.
- Anduve por ahí caminando un rato - dije y agregué - estuve pensando en lo que dijiste hace un rato.
- ¿Hace un rato?
Sorpresivamente su novia apareció con una bandeja de chocolates y mate. No continuamos el diálogo, pero los ojos de mi amigo no dejaban de centellear. Preferí seguir la conversación en otro momento. Por la ventana, noté que nuevamente los rayos rojos me acechaban como hacía un tiempo en la ciudad. Y mi sensación de tristeza me acogió como aquella vez. Un malestar me abrazó y no me dejó hablar por un momento bastante prolongado. Cuando hube terminado mi último mate, con cuidadoso permiso y escogiendo bien las palabras, pedí permiso para ir al baño. Debía razonar todo muy bien, estaba perdiendo mi estado material.
Hecho humo me esfumé por una pequeña ventana y otra vez me elevé. Ya era de día, el sol estaba pleno y yo, ya tocaba la ruta.