el lado activo del infinito

domingo, 26 de abril de 2009

miércoles, 22 de abril de 2009

Sobre un manto de estrellas una historia te contaré V

En este punto, mucho más cercano al sol o la luna, decidió plasmar otra huella descalza. Llovía, se derrumbaban los cielos. Necesitaba un refugio porque su vuelo mojado la fatigaba y la incomodidad de volar, pesada como una plomada, le desprendía plumas que jamás volverían a crecer. Seriecita con su boquita puchereando, haciendo de sus labios un balcón. Tiritaba del frío. Su encanto amedrentó de fuego una llamarada que se serviría como una fogata. Se iluminaban sus cachetes redondeados y sus rosados pómulos apenas traspiraban. Observaba la danza del fuego y a la vez su iris se perdía en un infinito profundo. La cueva sudaba humedad y las estalactitas indiferentes, poco tenían de compasión para la princesa. A lo lejos, pequeñas siluetas comenzaban a formarse y el fuego de poco ayudaba para aclarar la situación; todo se hacía más cerca y más grande, la pequeña belleza cambiaba de colores atravesando toda su gama en un arcoíris nocturno. El miedo vibraba en sus pestañas. Ciento treinta y cuatro niños se acercaron curiosos y chillones, la princesa se perdía en la confusión. Eran gritos, sonrisas, bromitas y saltitos de felicidad. No volaba la hostilidad ni el desprecio, era una cueva de niños hijos del eterno amanecer. Un señor de pelo negro y anteojos gruesos trotaba desesperado detrás de ellos, los iba siguiendo y les gritaba: "¡Niños niños, todos, los doscientos treinta y cuatro, ya se van a la cama". Soliloquio sagrado que los niños silenciados caminaran taciturnos hacia la oscuridad de la cueva. Y las espóradicas gotas que rebotaban contra los charcos, volvieron a tomar el protagonismo sobre los ecos rocosos de la roble muralla.
-Disculpemé señorita, los niños están de excursión-dijo el hombre- mañana se van, no entienden mucho aún.
-No hay problema-contestó la princesa desconcertada.
-Mi nombre es Jean-Pierre.
-¡Ah!
-Sigame-robó un silencio- si no me quiere decir su nombre, la comprendo.
El señor encendió una bengala y juntos caminaron diez metros hacia dentro de la cueva. Mientras caminaban la princesa tapaba su cuerpo mojado con las alas, el otro hablaba:
-Creo que no me sorprende su visita, veo demasiadas figuras aladas por estas alturas, todas buscan algo. Pero ninguna sabe qué. ¿Usted lo sabe?
-Al despegar señor, le soy sincera, estaba segura de que sí. Ahora realmente no lo sé.
-Bueno, si vuela surcando la muralla, es evidente que quiere cruzarla. Nadie se acerca tanto a otra cosa a menos que lo quiera, ya sea como aliado o como enemigo.
-En eso tiene razón Jean-Pierre.
-¿Usted es una reina?
-Una princesa.
-Y digame ¿cómo consiguió esas alas?
-No lo sé, un día desperté y estaban.
Se toparon con una puerta de madera que lucía antigua, rústica. Entraron y Jean-Pierre apagó la vengala, acto seguido dio luz y vida a una vela blanca. La princesa se sentó en un sillón magenta y Jean-Pierre se sentó en un escritorio donde yacía una máquina de escribir con un rollo de hoja tipeada de trescientos metros desparramada por toda la pequeña habitación. Estaba toda tipeada. La doncella alcanzó a leer un fragmento en el metro cien: "(...) y aquí me encuentro, solitario, buscando sentido a estas alturas, determinando los ojos de este precipicio que se ha quedado al fin con mi aliento (...)"
-Jean-Pierre-dijo la princesa- ¿usted es escritor?
-Al principio creía eso, pero ahora realmente no lo sé.
-¿Y por qué escribe?
-Porque soy escritor.
-Pero nadie lo lee aquí-advirtió ella.
-Porque el "yo para mí" es escritor, pero el "yo para otros no".
-Figúrese que no lo entiendo señor.
-Yo siempre quise ser escritor, o sea, el "yo para mi". A mi siempre me inspiraron los lugares lejanos y oscuros para escribir, cuando me enteré de esta cueva en este muro, a fuerza de pulmón escalé clavando al roble y hasta aquí llegué. Cuando acabé mi novela y regresé todo el mundo me esperaba; se percibía algarabía y ansioso quería yo que todos disfrutaran de mi primera novela. Y me di cuenta que el "yo de los otros" no era el de escritor, los otros, aquellos y cada uno me amaban por ser uno de los mejores escaladores del universo. Los diarios titulaban mi hazaña de los kilómetros verticales que aventuré, del sobreviviente de la travesía. Un héroe. Sin embargo nadie se molestaba siquiera de poner un ojo en al menos una línea. Y ahí comprendí todo, en esos "yo" que varían y que vuelan, puedo nacer y morir en cualquier momento de la forma en que otro quiera.
-Eso es horrible Jean-Pierre.
-Para nada princesa. Me di cuenta que en definitiva decía lo mismo. Todo ese contenido que tenía la novela, todas las emociones, la dicha y la desdicha, estaban resumidas en mi escalada hacia la cueva, a veces el fin no es el llegar.
-¿Y por qué sigue escribiendo?
-Porque necesito escalar.
-Me pregunto si estas alas serán mías.
-Seguro que lo son, pero las has conseguido porque para el "yo de los otros" eran necesarias. Porque a dónde vayas, eso que te espera, sabe que tu "yo para mí" lo abrazará al completar su destino y no habrá un "yo para mí", sino un "nosotros para nosotros".

sábado, 18 de abril de 2009

Sobre un manto de estrellas una historia te contaré IV

Altivo kilómetro 1.154. Sus alas se desvanecían en una niebla color café. El halcón le había propiciado hermosas músicas en sus oídos al amanecer, aún sentía el tarareo cautivo del silbido errante: un ave que se olvidó de volar. Por alguna razón ajena, por un azar que nunca supo comprender, subiendo y subiendo, acrecentando el abismo a sus pies, tropezó con una isla flotante. Pequeña y desierta, tal como era ella. Asumida en la soledad de un cielo eterno. La cima se veía lejana e imposible, se veía real, con vida. Dio los últimos aleteos acongojando aire entre sus plumas, el aterrizaje fue exitoso, y al tiempo que examinaba el paisaje mordía sus finos labios. Sedienta. Para ese entonces brillaba como el oro al reflejo del sol, alguien la veía caminar, la notaba suave y un tanto inocente; la princesa mojó sutilmente sus labios y bebió de una fuente de mármol el agua más transparente que jamás haya probado. Se llenó de vida. Aspiraba el aroma frutal de un frondoso e inacabable bosque de ensueños, relajó sus alas, arrancó una rosa de la tierra y la incrustó en su cabello, los pétalos acariciaban la sien izquierda. Una tímida risa le llamó la atención, se acercó en suspenso hacia unos arbustos y detrás de ellos, la soprendió un hombre. De barba blanca, joven, con una constante mirada perdida, vestido con prendas de algodón.
-Casi me muero del susto-dijo la princesa agitada.
-Disculpa- pidió él y le sonrió-no acostumbro a las visitas.
-Te entiendo, yo no acostumbro visitar-se produjo un silencio-¿Tenés nombre?
-Anaximandro-replicó.
Pasaron horas hasta que sus corazones se fundieron en un solo acto de confianza. Por fin la princesa logró cantarle, aguda voz del más allá, su travesía guerrera surcando los aires, desafiando al destino, llorando y riendo, al acecho de un sueño. Anaximandro, único monarca de esta porción de tierra voladora, escribía habilmente en un pequeño anotador todo lo que la princesa enunciaba: cada palabra, cada gesto, cada mirada, la cantidad de gotas que traspiraba por segundo, cada movimiento con las manos, la postura tomada, la dirección del viento. Y él nada se perdía y nunca el cuaderno miraba, más aún, jamás se equivocaba. Se interesó mucho por este pedacito de mundo alado y se apartó de ellas unos minutos sin decir una palabra. Analizó el mapa de emociones, repletos de rutas y de flechas, de descripciones y de notas musicales. Volvió hacia ella y se pulió el mentón con los dedos pulgar y medio de la mano derecha.
-¿Qué sucede Anaximandro? Cuando los sabios dudan me abraza un dolor inexplicable.
-Para ti, lo que no sucede puede ser lo que sucede o viceversa. Tu camino es un misterio y solo te guía la estrella que nunca dejará de brillar, incluso cuando abandones a la sombra en este mundo, seguirá brillando.
-¿Qué quiere decir?
-El principio de todas las cosas existentes es lo ápeiron, que es lo indefinido o lo infinito. Esto no es agua ni ningún elemento que conozcamos, esto es simplemente alguna otra naturaleza ápeiron. Y a patir de ella se generaron todos los cielos y los mundos que hoy ves. Y desde donde las cosas se generan, hacia allí también se dirige la destrucción. Es por eso, frágil princesa, que existe una culpa y una retribución de justicia en él.-Anaximandro la envolvía con su mirada- de modo que donde arrasa un invierno, luego arrasa un verano; donde arrasa el fuego, luego arrasa el agua; donde arrasa la oscuridad, luego arrasa la luz; donde arrasa el hombre, luego arrasa la muerte. Entonces... cuando usted termine su vuelo, princesa mía, ¿qué arrasará después?
La princesa era lentamente deborada por un fuego interior, una llamarada situada en su punto más sombrío. Dijo algunas palabras:
-¿A qué altura estamos?
-Alto-respondió Anaximandro-ya estamos demasiado arriba.

miércoles, 15 de abril de 2009

Sobre un manto de estrellas una historia te contaré III

El roble era intenso.
La doncella de ojos de cielo abierto, elevó su encanto y sin embargo no se sentía cerca del sol, jamás distante del viento. Perdía alguna que otra pluma.
Era el invierno del 2008, en Europa era verano.
A este ser, de extraño cabello de trigal rebanado, no le convencía la idea del solo volar; necesitaba conocer, deborarse el mundo a través del alma, insoportablemente súbdita de la madre curiosidad. De casualidad, que vio una saliente del muro sin fin. Una roca fangosa abrazada por raíces feroces, llevaba como una daga un árbol atravesado con sus raíces al viento desde la parte inferior de la gran piedra; allí también se formaban estalactitas de mugre y gusanos descerebrados. La princesa, de perfil aventurezca y amante del nabo frito, aterrizó con su mirada inocente, con sus cejas arqueadas. El lugar se veía bastante desordenado y sucio. Se asomó al borde de la roca y miró al abismo, tuvo vértigo, como cuando miraba el pasado reprimido. En el ángulo del muro y la roca, una pequeña cueva albergaba a un halcón desplumado. El ave leía.
-¿Cómo es esto?-dijo el halcón desplumado-tenés alas, pero no sos ave.
-Así es-respondió la princesa sonriente y encantadora.
-¿Y qué hacés acá, en mi piedra?
-Me detuve a conocer-replicó irónica-y además descansar un poquito, voy al otro lado del muro.
El halcón rio hasta que saltaron sus lágrimas.
Le advirtió que él, en la antigüedad de los mundos, lo había intentado, pensando que ese era su destino. Dijo además, que se elevó hasta donde pudo y que la cima hostil del roble le arrebató todas sus plumas. A la princesa la invadió una tristeza tal, que solo pudo sentarse bajo las ramas del árbol a contemplar la nada. El halcón se le acercó. Le dijo que veía en sus ojos el pasado de una niña que ha pisado la inmensidad.
-Voy en busca de un alma en soledad-le advirtió la princesa derramando lágrimas celestes.
-Veo que has visitado la inmensidad.
-¿Y usted como sabe eso?
-Porque los que visitan la inmensidad son capaces de enfrentar hasta lo más infinito que se les ponga delante-entonces agregó-Te diré algo que sé de memoria, pero no puedo darte muchas respuestas, quizás te sirva para continuar, tal vez cesen tus llantos.-y dijo-hay dos tipos de infinito; el impropio y el propio. El impropio es el infinito que aparece en una cantidad variable, que, o bien crece más allá de todos los límites, o bien se hace tan pequeña como se desee, pero siempre continúa siendo infinita. Y el propio es el infinito situado en un punto determinado. Y vos, tan vacilante y de alas tan promiscuas, vas en busca de uno de estos infinitos.
La princesa se incorporó muda, afortunadamente su llanto se detuvo. Miraba la nada, su pensamiento vertiginoso la durmió. El halcón la cubrió con una manta de lana ovejuna.
Cayó la
noche.
En europa todavía era verano, y el roble aún, se mantenía intenso.

lunes, 13 de abril de 2009

Sobre un manto de estrellas una historia te contaré II

Antes de dormir escribió en un árbol sostenido por fuertes raíces: "¿Seré yo mañana al despertar?" y bostezó abriendo la boca de tal tamaña manera, que cabría allí un panal de abejas. Y fue arropada por su arrugada abuela, cuya cara se plegaba como un fueye al sonreír, poco llano en su textura. La anciana sonrojada maldecía los mosquitos, pero a su nieta, poco le importaba; había tenido un viaje largo de regreso, más largo de lo que esperaba. La abuela, orgullosa de una princesa de párpados mágicos, extendió dos alas cubiertas de plumas blancas y en línea recta voló por la ventana. La princesa dio un salto y comprendió lo que había sucedido, "lo mismo que sucede cada noche". Las plumas que quedaron flotaban sobre su cama cayendo lentamente como si se deslizaran por cerros de algodón. Las plumas hacían su espectáculo alrededor de la risueña princesa, y se dio cuenta que el aleteo de su abuela la había despavilado. El polvo estaba disperso por el aire de la habitación: "mi abuela es tan hermosa". Observó tímidamente la ventana por donde el octogenario angel supo partir. Y se asomó a mirar la noche. La luna le guiñó el ojo y la princesa, curiosa aunque algo temerosa siguió las huellas: un camino de plumas que surcaba las brisas de la madrugada. "¿A dónde partirás cada noche?". Y saltó a un techo vecino. Y casi trastabilla en un umbral de tejas viejas. Saltó sobre la azotea de un edificio antiguo y sobre un jardín repleto de espinas penetró su alma hasta el sinfin de los ensordecedores grillos. Caminó unos metros y se topó contra un muro que se elevaba hasta el cielo, un muro de roble reforzado, de pigmentos musgosos. Golpeó para derribarlo y en vano se esforzó. Empezó a palparlo y descubrió un agujero del tamaño de su ojo izquierdo. Miró, pero no dejé verme, le dije que solo hablara. "¿Quien sos?"- me preguntó. Le respondí que eso no importaba, le dije que por más que quisieramos nuestro destino enigmático no dejaría vernos jamás. "¿Quién sabe?"- me preguntó con la voz más dulce que yo había oído. Y le respondí que yo lo sabía. "Pero, ¿por qué estás tan seguro?"-"Porque mi destino es la soledad y nada puede derrocar ese destino". Y ambos callamos unos cuantos segundos. "Bueno..."-dijo ella-"mi destino es encontrarte, y en esta contradicción vamós a romper con las reglas de quien te haya dicho tu destino, veremos si se puede". Reí descorazonadamente al escuchar su inocente propuesta, luego me invadió una infinita tristeza; lloré. "¿Cómo hago para cruzar este espeso muro?"- me preguntó en voz baja. Y sinceramente le susurré que debería volar más allá del azul del cielo, atravesar la cima y descender hacia mí. Pareció reír y me enfurecí, me pidió que me tranquilizara. "En muy poco tiempo caeré en tu soledad"- me dijo y desapareció.
La princesa despertó al rayo del alba con el canto prodigioso de su abuela, que poco a poco le acercaba el desayuno a la cama. Unos ricos mates con bizcochitos. La princesa sentía que no había dormido para nada bien y una molestia debajo de su homóplato no la dejaba en paz. Su abuela estaba en el baño cuando ella terminó el desayuno, se levantó de la cama y desplegó sus alas de plumas jóvenes y blancas. Asustada miró por la venta y divisó el árbol que la acompañaba al costado de su habitación: "¿Seré yo mañana al despertar?". Ya estaba lista para volar.

jueves, 9 de abril de 2009

Sobre un manto de estrellas una historia te contaré

Caminó y caminó. La línea asfaltada se perdía en el aire ondulado que atravesaba el sol. "Niña, mi niña" pensaba. "Niña de los pasitos suaves, pequeña presencia de terciopelo, eterna mirada de tristeza brillante"; caminó y caminó, los sueños se ondulaban en una onda expansiva marcada por varios anillos contínuos, alguien los pisaba cuidadosamente. La inmensidad, no pudo evitar ojear el estrecho de donde provenían estos pasos de zapatitos negro y gris. Caminó y caminó. Un sueño bobo se detuvo, tal vez el menos pensado, pero ese, se detuvo y examinó esa presencia forastera. Me retracto, el sueño bobo no era más que un niño con un cuerpo gigante, un niño torpe esclavo de un cuerpo hostil que lo obligaba ser adulto. "Niña, mi niña" pensó, y por la desesperación habló. "Niña, mi niña, me pisaste" habló al fin. "Perdón" dijo esta presencia que ni por un segundo pensó por donde caminaba-"¡Que raro sos! ¿Qué sos?"-sus pasos se detuvieron y pudo divisar la inmensidad-"Soy un sueño, un sueño recién nacido, atrapado, menguando un poco más día a día ¿Cómo llegaste acá?"- el sueño niño bostezó y se recostó sobre un manto de estrellas, la forastera le sacó una puntiaguda que llevaba en el ala oeste. "Llegué por arte de la magia y no pienso irme ¿Sabés donde estoy?"- "Niña, mi niña. Estás en un lugar lejano de tu hogar, estás en el umbral de la inmensidad"- La forastera puso sus manos detrás de su espalda y se paró en puntas de pies, miraba sonriente, con el cuello estirado, miraba a espaldas del sueño, ella quería continuar caminando. Aconsejó al niño sueño revitalizarse con una siesta de siglos, le contó un cuento de hadas al oído y le confesó que era una princesa y que su reino la aburrió; a lo lejos podía ver un cometa y le rogó al sueño que se durmiera. El sueño se durmió. Ella se deslizó por una constelación, tal como uno por un tobogán, y montó el cometa que tan veloz se veía venir. Desde allí, la línea asfaltada era realmente una línea y la princesa realmente no podía evitar reírse de la inmensidad, se dio cuenta que dependiendo de donde mirase todo era tan grande o sumamente pequeño, y vió tristemente, que el niño sueño a esa altura, tenía el tamaño de un niño. Acarició al cometa y le prometió no llorar más si estacionaba en la esquina más cercana. El cometa, por supuesto jamás la oyó, él estaba muy preocupado por su velocidad. Caminó y caminó. "Aquí todo se ve igual o todo se ve diferente"-se dijo. De un salto dejó el cometa y prefirió sus suaves pies, la tormentosa noche sofocaba de truenos la despiada calle, los vientos y el poder de la luna remolinaban las mareas de almas frías que rondaban sin destino. La princesa se perdió en el tumulto, hervían de hombres las calles iluminadas, estaba perdida, acá no habían sueños ni inmensidad, todo camino se perdía en muros tenuemente iluminados por algún farol indiferente. En su viaje de regreso, nunca a la princesa le hablaron tanto y le dijeron tan poco. Desfilaban adulaciones triviales y gritos desapasionados, su desconsuelo era tan infinito como la inmensidad que había pisado con tanta paciencia y cuidado; no había escondite para el cirsense show de una ciencia tan promiscua e irrelevante. El mundo estaba atestado de adultos, minado, plagado. Todos vivían a velocidades incomprensibles, no se generaban sueños y todos los cazadores eran cazados. Al volver ya nada sería igual, el regreso viene marcado por todo lo que antecede al mundo que has dejado, la princesa era pura soledad en el laberinto de los caminos grises, su reino era un reino perdido y pensó entonces en el niño sueño. "Niña mi niña, tu regreso será eterno, tu belleza será solo recordada por tu caminar, el eco de tus pasos aún retumban detrás del sol y deberás reforzarte con espinas como una rosa, serás bella y mortal, no duermas más que a mi lado para no pensar"-pensó el sueño al despertar. Caminó y caminó. Se dijo entonces la princesa en la puerta de su hogar-"Aún sigo regresando y anhelo la inmensidad, me acostaré en un manto de estrellas y detrás de la herida voy a espiar. Aquí tal vez mis pasos no se sientan, pero igual pisaré, ahora sé que todo aquello que me mantiene viva son los sueños que se ondulan a lo lejos, y camino, guiño el ojo entre la luna y bebo el elixir de las lluvias, voy menguando, eternamente arrastrando el latido profundo del lado activo del infinito". Caminó y caminó.

viernes, 3 de abril de 2009

Cortala y olvidala.

No lo puedo evitar,
tu herida aún me sangra.
Me sangra sin provocarla
sin jarabe ni desinfección.

El médico de guardia dijo,
dijo que había que cortarla,
cortarla y olvidarla.
Para usted debe ser fácil, le dije,
porque es mi herida...

¿Por qué es mi herida?

Como un ciego hacia el fuego viajé,
alas de mariposa.
De todas las heridas que tuve
fuiste la más hermosa.

Herida que muerde
y me mata la vida
de muerte rabiosa,
como un ciego
al fuego quiero ir
y ese fuego ya no es para mi.